María Elena Fernández-Gago Díaz nace en La Coruña, en una fecha que por simpática coquetería de la pintora, no se conoce con exactitud. Sus primeras andaduras artísticas se inician en su ciudad natal, de la mano de Dolores Díaz Baliño. Más tarde su formación continua en Madrid, donde ingresa en la escuela de Bellas Artes de San Fernando y asiste a las clases impartidas en el Circulo de Bellas Artes. En 1959 realiza sus primeras exposiciones, al mismo tiempo que cursa estudios de música y viaja por numerosos países del mundo enriqueciendo sus conocimientos pictóricos y vitales. En la década de los setenta ha alcanzado ya un prestigio de sobra merecido y lleva a cabo numerosas exposiciones, no sólo por diferentes ciudades españolas, sino también por diversos países como Alemania, Bélgica, EEUU o Japón, cosechando en todas ellas numerosos éxitos tanto del público como de la crítica especializada. Su pintura ha sido ensalzada públicamente por personalidades como Miguel González Garcés, Camilo José Cela, Cunqueiro o Camón Aznar, entre otros. Desde sus comienzos, Elena Gago apunta hacia un realismo poético que no busca el virtuosismo técnico con el que hacer una representación exacta de la realidad, sino un realce de los valores pictóricos para producir el efectismo espacial y lumínico de los elementos representados. Estos hacen referencia normalmente a objetos cotidianos que llenan espacios interiores cargados de sosegado silencio.
titulo // Interior con sofá y plantas
fecha_creacion // 1991
tecnica // Mixta sobre tabla
dimensiones // 55 x 65
Elena Gago reproduce en esta obra un amplio espacio interior ocupado tan sólo con unos cuantos objetos simétricamente dispuestos y por la presencia de una puerta, una apertura de escape y una razón para disfrutar plásticamente de un juego de perspectivas y contrastes geométricos entre planos. Nada divierte tanto a la pintora como idear fórmulas para que, a partir de la superficie plana y bidimensional del lienzo, los objetos representados alcancen proyecciones tridimensionales y consigan la ilusión óptica de alejamiento de la superficie pictórica. La autora quiere elevar a la categoría de bello cualquier objeto representado y consigue que todos y cada uno de ellos produzcan, al ser observados individualmente, un deleite óptico por el mero valor plástico que le ha sido otorgado. El empleo de colores extremadamente fríos, la reducida gama tonal, la configuración espacial desoladoramente amplia, la pulcritud técnica, la tersura exterior o, en definitiva, la inquietud de la soledad y el silencio representados con cada trazo, producen en el espectador una sensación sincrónica de destemplanza y seducción.