Alejandro González Pascual pertenece al grupo de pintores coruñeses de la generación de posguerra. Tras su formación artística en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal realiza su primera exposición individual en 1954, en la vanguardista galería coruñesa de Lino Pérez, dirigida entonces por Julio Ponte. Su colaboración en la revista Atlántida será definitiva para confirmar su oposición al arte costumbrista de sabor oficial que resurgía en la década de los cincuenta. Es entonces cuando con un lenguaje neofigurativo comienza a profundizar en el paisajismo gallego, al que despoja de todo detallismo para dejarle protagonismo al color. Iniciada ya la década de los setenta, González Pascual, siempre en constante evolución, se hace más conciso y comienza a pintar unos troncos de árboles tratados como si fueran naturalezas muertas que, en ocasiones, rozan la abstracción. Con ellos crea composiciones de diferente índole, pero siempre de ejecución rigurosa y con una paleta más atemperada que en épocas anteriores. Poco conocida, pero no por ello menos importante, es su faceta de retratista, con un modo de hacer basado en unas líneas ligeramente abocetadas y la superposición de veladuras con el empleo de una sobria paleta de colores. En su ultima época, quizás la más conocida por el público, el artista continúa su permanente estudio sobre la incidencia de la luz que ahora hace aplicar sobre unas naturalezas muertas, integradas por elementos cotidianos a los que imprime una personal atmósfera de intimidad y poesía.
titulo // Paisaje
fecha_creacion // 1969
tecnica // Óleo sobre tabla
dimensiones // 72 x 80
Magnífico ejemplo de paisaje gallego ejecutado por el artista en la década de los sesenta. Utilizando un lenguaje próximo al expresionismo, González Pascual se recrea en representar unas sombrías montañas de sinuosas y exageradas ondulaciones llevadas a cabo con gran fluidez y en las que no hay lugar a lo anecdótico. El carácter tenebrista viene dado por los cambios de luz producidos sobre un fondo decididamente oscuro que, al mismo tiempo, favorece la sensación de profundidad. La sobriedad en la paleta de colores queda compensada tanto por la riqueza de matices como por la textura de unas largas y revueltas pinceladas que nunca se cruzan.