Juan Muñoz (Madrid, 1953 - Ibiza, 2001) cursó estudios de Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid, posteriormente completaría su formación en la londinense Central School of Art, mientras sopesa dedicarse a la cinematografía. Durante su estancia en la capital británica conoció a la que luego sería su esposa, la también escultora, Cristina Iglesias. En 1982, una beca Fullbright le permite profundizar en el estudio del grabado y la escultura en el Pratt Centre de Nueva Cork, allí conoce a Richard Serra y comienza a trabajar con el escultor Mario Merz. Sólo dos años más tarde, la galería Fernando Vijande de Madrid le da la oportunidad de realizar su primera muestra individual. Desde este momento, su actividad no cesa en los principales museos de vanguardia del mundo. El trabajo de Muñoz difícilmente se encuadra en una tradición escultórica concreta, si bien existe un sustrato conceptual que el artista reviste de una poética muy personal. Su discurso escultórico se centra en la negación de la propia existencia de la sociedad contemporánea acompañándolo de la importancia que concede a los acabados y la localización espacial de las obras. Sus primeras piezas estuvieron protagonizadas por elementos del entorno cotidiano, como pasamanos, columnas o escaleras. Posteriormente trabaja sobre sus Suelos ópticos que desdibujan el espacio. Pero es en la representación de la figura humana y su relación con el espacio arquitectónico donde el artista centra su trayectoria, recreando imágenes ilusorias con las que pretende reflexionar sobre la soledad que afecta al hombre contemporáneo, así como la débil línea que separa lo que se considera normal de lo que se define como locura. La producción de Muñoz supone una forma de aunar el pasado y el presente de las artes plásticas, ya que la influencia clásica es patente en su producción, en las resoluciones que los grandes maestros proporcionaban a algunas de sus creaciones. Además de su trabajo como escultor, Muñoz investigó sobre la creación de carácter sonoro, realizando trabajos para la radio a mediados de la década de los años 80 junto al compositor Gavin Bryars para Radio 3 de la británica BBC y destacando también su actividad como escritor, ensayista, comisario y coordinador de exposiciones. A pesar de que la trayectoria de este creador lo ha convertido en una de las personalidades artísticas más relevantes a nivel internacional, Muñoz muere prematuramente a la edad de 48 años cuando pasaba el verano en su casa de Ibiza. En aquel momento, la prestigiosa Tate Modern de Londres exhibía su instalación Double Bind y estaba a punto de inaugurarse una retrospectiva en el Hirshhorm Museum de Washington. Su obra fue premiada con el Premio Nacional de Artes Plásticas en el año 2000, además de estar representada en las más importantes colecciones del mundo como la del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid); la del IVAM (Valencia) o la del Museum of Modern Art (Nueva York), entre otras.
titulo // Sara con espejo
fecha_creacion // 1996
tecnica // Resina pintada
dimensiones // 121x60x30
Juan Muñoz destacó entre los artistas de su generación por aproximarse a la condición humana con una gran carga poética y desde una gran variedad de sentimientos. Su obra podría encuadrarse dentro de la estética conceptual, sin embargo, Muñoz se mantuvo siempre independiente, sin adscribirse a ninguna corriente o grupo artístico en concreto, optando por investigar la tradición clásica y la contemporánea. Velázquez, Goya o Parmigiamino serán referentes constantes durante sus procesos creativos. La obra Sara con espejo (resina pintada, espejo y madera, 121x60x30 cm., 1996) representa los preceptos creativos del artista madrileño que versan sobre la figura humana y su relación con el espacio arquitectónico, elaborando una imagen ilusoria que remite a la crisis del hombre contemporáneo y su soledad. En esta ocasión, la escena alude a la tradición del retrato grotesco del Siglo de Oro Español, representando una mujer enana mirándose coquetamente a un espejo mientras juega con su falda tableada. Enteramente de color gris plomo, el autor no diferencia ningún aspecto de la morfología de la figura ni de su vestimenta. Sus personajes invitan al espectador a darles una interpretación, interactúan con el visitante porque el deseo del escultor es acabar con el tradicional rol pasivo que tiene el observador. Esta iniciativa responde a un concepto renacentista revivido por algunos escultores contemporáneos, en cuyas obras una o más figuras humanas desarrollan una comunicación generando cierta atmósfera o tratando de contar una historia que queda en la imaginación del espectador. El propio artista definía así estas creaciones: “Reproduzco a seres humanos reales, las figuras no representan a personas concretas, tratan de crear la imagen de un hombre que no se dirige a ninguna parte. Quiero hacer una estatua autónoma, pero me parece que no soy capaz. Reducir la figura al grado cero, una figura inexistente, así podría trabajar un millón de años. No es crear un símbolo, más bien es una imagen definitiva”. Con la introducción del espejo Muñoz muestra un gran interés por los mecanismos que facilitaban la visión y la percepción humana. La compleja relación entre el observante y el observado se vincula directamente con obras renacentistas y barrocas como Autorretrato de Parmigianino o Las meninas de Velázquez. En el acto de observarse está implícita la fascinación por el narcisismo, presente en muchas obras de este creador. La figura, se preocupa por su apariencia y el efecto se multiplica con la intervención de la mirada del espectador, disminuyendo la línea que separa la ficción de la realidad. Paralelamente, dentro de la complejidad de las creaciones de Muñoz, hay que resaltar otro aspecto que es la profundización que hace en un valor muy importante para él, como es el silencio. La protagonista de la obra miran hacia su interior, reflexiona. Muñoz describe así este concepto: “Las estatuas más logradas son las que parecen que están murmurando algo por dentro, aunque no las puedas oír”. Una vez más, la dualidad y la contradicción se hacen patentes: el espectador interviene en la obra porque la escultura lo invita, pero al mismo tiempo, ésta está desarrollando su propia vida interior. El 1996, año de ejecución de la obra, Muñoz se encuentra inmerso en una frenética actividad expositiva destacando la exposición que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, así como la muestra que el Dia Center for Arts de Nueva York le dedicó bajo el título A place called abroad.
LITERATURA:
EXPOSICIONES: