Murguía, Ovidio
(1871 - 1900)

Hijo del historiador Manuel Murguía y de la poetisa Rosalía de Castro, Ovidio nace en 1871, en la aldea coruñesa de Dodro. Aunque su inicial inclinación plástica está íntimamente influenciada por la sensibilidad artística revelada por su madre y su hermana mayor, la verdadera formación académica, se sucede de la mano de José Maria Fenollera, cuando la familia se traslada a Santiago tras la infortunada muerte de la madre, en 1885. Las enseñanzas del maestro valenciano dirigen los pinceles de Murguía hacia un realismo naturalista, así como en el adiestramiento del esquema compositivo de las obras, que marcarán definitivamente su trayectoria y quehacer plástico. En 1995 su padre es de nuevo trasladado a La Coruña para ocupar el cargo de Jefe del Archivo de la Delegación de Hacienda en la ciudad herculina, donde Ovidio pronto se suma al ambiente artístico de la ciudad. Es entonces cuando su nombre comienza a adquirir importancia. A pesar de realizar numerosas obras con representación de figura humana, Murguía es fundamentalmente un paisajista. En 1897 se traslada a Madrid para continuar su formación artística, sustituyendo los circuitos académicos típicos de la época, por los trabajos autodidactas al natural y por los largos estudios de los maestros del pasado en el Museo del Prado. Al año siguiente se producen importantes acontecimientos; además de la obtención de un trabajo en el Ministerio de Ultramar, que le permite por fin disfrutar de cierto desahogo económico, comienza a recibir clases en el Círculo de Bellas Artes en compañía de su amigo Jenaro Carrero. Pero también en este año recibe del presidente del Senado, el gallego Alonso Montero Ríos, el importante encargo de decorar parte de los muros de su pazo pontevedrés de Lourizán, que componen el conjunto de obras más conocido del pintor. La reciente holgura económica de la que goza le permite, a su regreso a Madrid, independizarse del protectorado de su primo Pérez Lugín, en cuya casa se había instalado desde su llegada a Madrid. Vive entonces un tiempo de bohemia y de gran actividad profesional, con importantes progresos en su educación artística. Pero su salud, que ya desde su infancia se había mostrado particularmente delicada, empeora gravemente en el verano de 1997, obligándose a regresar al domicilio familiar de La Coruña, donde permanecerá al atento cuidado de la familia hasta su muerte, el día 1 de enero del año 1900, a los 29 años, aquejado de tuberculosis. De aquella mítica generación doliente de artistas gallegos que murieron rondando los treinta años, Murguía fue el paisajista por excelencia. Aunque los primeros años comienza con una pintura de temática costumbrista, en un estilo naturalista, y a pesar de haber realizado numerosas figuras, es en el paisaje donde se siente más seguro y adquiere sus mayores aciertos, realizados a medio camino entre la descripción objetiva de la realidad y el sentimentalismo romántico de años anteriores, del que no le dio tiempo a desprenderse del todo antes de su temprana muerte, cuando empezaba a encontrar su propio estilo en la interpretación de la esencia paisajística.