Nacido en el seno de una familia culta y acomodada, el pontevedrés Carlos Sobrino demuestra desde su infancia una innata inclinación a la pintura. Tras la negativa de sus padres para matricularse en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, cursa los estudios de comercio, en Madrid, alternándolos con clases de pintura en el estudio de Alejandro Ferrant. Tras obtener el número uno de oposición como profesor de Dibujo, trabaja primero en León y, posteriormente, en Vigo, donde más tarde obtiene la plaza de profesor en la Escuela de Artes y Oficios. A partir de entonces su vida transcurre en Vigo, entre su dedicación a la docencia, su incesante ejercicio de la pintura y su incansable recorrer por todos los rincones gallegos en busca de escenarios para sus obras. Concurre a diversas exposiciones Nacionales de Bellas Artes, con varias menciones honoríficas en su haber y obtiene una tercera medalla en la convocatoria de 1915, con una bolsa de viaje, el mismo galardón que ya había obtenido en la Exposición Internacional de Barcelona de 1911. Colabora con la Revista Blanco y negro entre 1918 y 1924. La Diputación de Pontevedra le otorga una beca en 1923 con la que viaja a Londres y París. Ese mismo año participa en la Exposición Regional de La Coruña y en 1926 en la de Santiago. La vida de Carlos Sobrino transcurre discreta y tranquila, como el quería. Los testimonios de la gente que le conoció hablan de un hombre noble, querido, sencillo y optimista. Pintor y obra en la línea de lo tradicional, lo amable, lo positivo. En sus composiciones, en las que apenas se perciben variaciones importantes a lo largo de toda su trayectoria, retrata infatigablemente las aldeas gallegas, la piedra, las iglesias, sus gentes. Su pintura esta exenta de compromiso, sin embargo no puede interpretarse como un disfraz de la realidad social, como ocurre con otros pintores regionalistas, sino sencillamente como la visión dulce y cariñosa de su tierra, el reflejo benévolo de su propio sentir.
titulo // Escena rural
fecha_creacion // ca. 1950
tecnica // Acuarela sobre papel
dimensiones // 52 x 65
Aunque Sobrino ha realizado obras de grandes dimensiones, es en el pequeño formato y mediante el empleo de técnicas acuosas donde el pintor se siente más seguro y sus obras adquieren mayor interés. En la presente obra nos encontramos con una escena inconfundiblemente gallega. Bajo el cielo cubierto de nubes blancas o plateadas, se descubre el hórreo al fondo, los eucaliptos, la piedra gallega y, por supuesto, el cruceiro con las figuras simbólicas principales sobre la cruz: la imagen de la crucifixión en el anverso y la de la Virgen en el reverso, coronada por dos ángeles. Hay que señalar que el mismo cruceiro aparece en diferentes obras de Sobrino. Las pinceladas son deliberadamente apretadas, respondiendo a la premeditación en la ejecución, como característica propia de Sobrino. El dibujo previo con grafito determina cada detalle de la obra, impidiendo cualquier oportunidad a la improvisación. El dibujo es preciso y cada elemento es encerrado en su propio contorno de líneas oscuras. Cada elemento compositivo o técnico de la obra, de natural sencillez y acertada factura, responde a la tradición académica y regionalista del autor. Sobrino nace en 1885 y vive 94 años, lo que le permite ser testigo de los grandísimos cambios artísticos producidos durante casi todo el S. XX con los que, sin embargo, no se siente identificado, aunque por un exceso de conservadurismo, como pudiera parecer, sino por que las innovaciones no se ajustan a su personalidad, caracterizada por un talante ingenuo y apacible, como fiel reflejo de sus obras.