Leiro, Francisco
(1957)

Cuando era un niño Francisco Leiro, siempre autodidacta, comienza a observar los volúmenes de los cuerpos con insistentes juegos infantiles de figurillas del barro. Ya adolescente, surgen pequeños encargos de índole variada por las comarcas próximas a su villa natal, Cambados (Pontevedra), como relieves para lápidas funerarias. Es entonces cuando Leiro comienza a realizar unas esculturas que brotaban espontáneamente de su interior, con las que realiza su primera exposición, a los dieciocho años, en la Caixa de Aforros de Pontevedra. Corría el año 1975, entonces sus obras producían asombro, no vendía nada y comenzaba a asumir una vida consagrada a la incomprensión y a la carestía. Pero unas infatigables ansias de experimentación, las dosis necesarias de perseverancia y la convicción y el amor inconmensurable por el arte han logrado que, treinta años después, sus monumentales esculturas sean exhibidas y admiradas en las más importantes salas internacionales. Después de aquella primera muestra en Pontevedra y de otras igualmente infructuosas en diversas salas gallegas, expone en Madrid, en 1982, en el Club Internacional de Prensa, se une al colectivo Atlántica en la muestra realizada en el Pazo de Xelmirez de Santiago y después, en 1984, expone por primera vez en la Galería Montenegro, desde donde arranca realmente su trayectoria, que irá colmándose encadenadamente de innumerables exposiciones por todo el mundo, reconocimientos y honores de sobra merecidos. En la escultura del cambadés, destaca la evocación de mitos e indagación en la iconografía pagana o cristiana envueltas con una cierta carga irónica, la preferencia por la figura humana en posturas dificultosas, la predilección por las líneas curvas, las grandes dimensiones, la combinación de elementos figurativos y abstractos, la conjunción de materiales diferentes o la reivindicación a la tradicionalidad de la actividad artística manual. En general, la mayoría de estos aspectos han pervivido a lo largo de su trayectoria, si bien con sutiles diferencias entre unas y otras etapas que se han ido haciendo más complejas, tanto conceptual como artísticamente. Así, tras unos inicios evocadores del espíritu surrealista y dadá, e incluso pop, nos encontramos a principios de los ochenta con unas esculturas figurativas con cierta tendencia a la languidez que frecuentemente policromaba totalmente, privando de cualquier función a la materia. A partir de 1983, cuando se introduce en el circuito artístico más renovador de Madrid, sus obras se vuelven más potentes y dramáticas, esquematiza los cuerpos y la policromía se reduce, extrayendo todo el potencial de los materiales empleados, especialmente los viejos troncos de carballos y castiñeiros gallegos. Sin embargo, tras su traslado a Nueva York, en 1987, se hace más frecuente el uso de materiales prefabricados. En cualquier caso, siempre con un lenguaje común, el cuerpo humano; figuras en forma de personajes populares o míticos, sarcásticos o amables, irónicos o trágicos, esperpénticos o hermosos.